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viernes, 26 de mayo de 2017

ORACIÓN A SANTA MARIANA DE JESÚS PAREDES


Oración a Santa Mariana de Jesús Paredes


Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito; vos sois la hija del Dios
de la vida, aquella santa mujer que
servir quiso a Aquél que todo lo ve,
desde los claustros santos; pero Él,
en su infinita sabiduría, teneros en
el mundo quiso, para que desde allí,
pudierais con vuestra tarea cumplir,
hasta la entrega total de la propia
vida; porque bien sabíais vos, que
deberíais negaros a sí misma, para
crecer en los demás, ya que allí el
secreto reposa, del amor verdadero.

Y como que lo hicisteis, hasta el
final de vuestros días; y cada vez
que rezabais el Rosario santo, os
colocabais corona de espinas y los
brazos vuestros, los abríais en cruz.

Un día vos dijisteis, cuando temblaba
la tierra, que no erais necesaria
para seguir con vida, y la acrecíais
a cambio de la del sacerdote, porque
aquél, salvaría más almas que vos;
oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
de Quito, alma fecunda del Dios vivo.

Amén

SANTA MARIANA DE JESÚS PAREDES, AZUCENA DE QUITO, 26 DE MAYO



Santa Mariana de Jesús Paredes
Azucena de Quito, Ecuador
26 de mayo


Desde muy pequeñita demostró una gran inclinación hacia la piedad y un enorme aprecio por la pureza y por la caridad hacia los pobres. Ya a los siete años invitaba a sus sobrinas, que eran casi de su misma edad, a rezar el rosario y a hacer el Vía Crucis.

Se aprendió el catecismo de tal manera bien que a los ocho años fue admitida a hacer la Primera Comunión (lo cual era una excepción en aquella época). El sacerdote que le hizo el examen de religión se quedó admirado de lo bien que esta niña comprendía las verdades del catecismo. Al escuchar un sermón acerca de la cantidad tan grande de gente que todavía no logró recibir el mensaje de la religión de Cristo, dispuso irse con un grupo de compañeritas a evangelizar paganos. Por el camino las devolvieron a sus casas porque no se daban cuenta de lo grave que era la determinación que habían tomado. Otro día se propuso irse con otras niñas a una montaña a vivir como anacoretas dedicadas al ayuno y a la oración. Afortunadamente un toro muy bravo las devolvió corriendo a la ciudad. Entonces su cuñado al darse cuenta de los grandes deseos de santidad y oración que esta niña tenía trató de obtener que la recibieran en una comunidad de religiosas. Pero las dos veces que trató de entrar de religiosa, se presentaron contrariedades imprevistas que no le permitieron estar en el convento. Entonces ella se dio cuenta de que Dios la quería santificar quedándose en el mundo.

Se construyó en el solar de la casa de su hermana una habitación separada, y allí se dedicó a rezar, a meditar, y a hacer penitencia.

Había aprendido muy bien la música y tocaba hermosamente la guitarra y el piano. Había aprendido a coser, tejer y bordar, y todo esto le servía para no perder tiempo en la ociosidad. Tenía una armoniosa voz y sentía una gran afición por el canto, y cada día se ejercitaba un poco en este arte. Le agradaba mucho entonar cantos religiosos, que le ayudaban a meditar y a levantar su corazón a Dios. Su día lo repartía entre la oración, la meditación, la lectura de libros religiosos, la música, el canto y los trabajos manuales. Su meditación preferida era pensar en la Pasión y Muerte de Jesús.

En el templo de los Padres Jesuitas encontró un santo sacerdote que hizo de director espiritual y le enseñó el método de San Ignacio de Loyola, que consiste en examinarse tres veces por día la conciencia: por la mañana para ver qué peligros habrá en el día y evitarlos y qué buenas obras tendremos que hacer. El segundo examen: al mediodía, acerca del defecto dominante, aquella falta que más cometemos, para planear como no dejarse vencer por esa debilidad. Y el tercer examen por la noche, acerca de todo el día, analizando las palabras, los pensamientos, las obras y las omisiones de esas 12 horas. Esos tres exámenes le fueron llevando a una gran exactitud en el cumplimiento de sus deberes de cada día.

Para recordar frecuentemente que iba a morir y que tendría que rendir cuentas a Dios, se consiguió un ataúd y en el dormía varias noches cada semana. Y el tiempo restante lo tenía lleno de almohadas que semejaban un cadáver para recordar lo que le esperaba al final de la vida.

Se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: "Quien desea seguirme que se niegue a sí mismo". Y desde muy niña empezó a mortificarse en la comida, en el beber y dormir. En el comedor colocaba una canastita debajo de la mesa y se servía en cantidades iguales a todos los demás pero, sin que se dieran cuenta, echaba buena parte de esos alimentos en el canasto, y los regalaba después a los pobres. Uno de los sacrificios que más la hacían sufrir era no tomar ninguna bebida en los días de mucho calor. Pero la animaba a esta mortificación el pensar en la sed que Jesús tuvo que sufrir en la cruz. Se colocaba en la cabeza una corona de espinas mientras rezaba el rosario. Muchísimos rosarios los rezó con los brazos en cruz.

Como sacrificio se propuso no salir de su casa sino al templo y cuando alguna persona tuviera alguna urgente necesidad de su ayuda. Así que el resto de su vida estuvo recluida en su casa. Solamente la veían salir cada mañana a la Santa Misa, y volver luego a vivir encerrada dedicada a las lecturas espirituales, a la meditación, a la oración, al trabajo y a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores. Se propuso llenar todos sus días de frecuentes actos de amor a Dios. Cada día rezaba 12 Salmos de la S. Biblia. Ayunaba frecuentemente.

María recibió de Dios el don de consejo y así sucedía que los consejos que ella daba a las personas les hacían inmenso bien. También le dio a conocer Nuestro Señor varios hechos que iban a suceder en lo futuro, y así como ella los anunció, así sucedieron (incluyendo la fecha de su muerte, que según anunció sería un viernes 26). Tenía un don especial para poner paz entre los que se peleaban y para lograr que ciertos pecadores dejaran su vida de pecado. A un sacerdote muy sabio pero muy vanidoso le dijo después de un brillantísimo sermón: "Mire Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no a recoger aplausos de este suelo". Y el padrecito dejó de buscar la estimación al predicar.

En una enfermedad le sacaron sangre y la muchacha de servicio echó en una matera la sangre que le habían sacado a Mariana, y en esa matera nació una bellísima azucena. Con esa flor la pintan a ella en sus cuadros. Y azucena de pureza fue esta santa durante toda su vida.

Sucedieron en Quito unos terribles terremotos que destruían casas y ocasionaban muchas muertes. Un padre jesuita dijo en un sermón: - "Dios mío: yo te ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos". Pero Mariana exclamó: - "No, señor. La vida de este sacerdote es necesaria para salvar muchas almas. En cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que cesen estos terremotos". La gente se admiró de esto. Y aquella misma mañana al salir del templo ella empezó a sentirse muy enferma. Pero desde esa mañana ya no se repitieron los terremotos.

Una terrible epidemia estaba causando la muerte de centenares de personas en Quito. Mariana ofreció su vida y todos sus dolores para que cesara la epidemia. Y desde el día en que hizo ese ofrecimiento ya no murió más gente de ese mal allí.

Por eso el Congreso del Ecuador le dio en el año 1946 el título de "Heroína de la Patria".

Acompañada por tres padres jesuitas murió santamente el viernes 26 de mayo de 1645. Desde entonces los quiteños le han tenido una gran admiración. Su entierro fue una inmensa ovación de toda la ciudad. Y los continuos milagros que hizo después de su muerte, obtuvieron que el Papa Pío IX la declarara beata y el Papa XII la declarara santa.

viernes, 27 de mayo de 2016

IMÁGENES DE SANTA MARIANA DE JESÚS PAREDES






SANTA MARIANA DE JESÚS, LA AZUCENA DE QUITO


Santa Mariana de Jesús, la azucena de Quito
Por Abel Camasca





 (ACI).- “Su pobreza da testimonio gozoso y creíble de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano, contesta la idolatría del dinero y se hace voz profética en medio de la sociedad”, dijo San Juan Pablo II sobre Santa Mariana de Jesús Paredes, invocada como la “azucena de Quito” y cuya fiesta es el 26 de mayo.

Mariana de Jesús de Paredes y Flores nació en Quito (Ecuador) en 1618. Desde pequeña mostró inclinación hacia el pudor y la modestia. Quedó huérfana de padres a los cuatro años y estuvo al cuidado de su hermana ya casada.

Tenía talento para la música y para el coser, labrar, tejer y bordar. Además, solía retirarse a orar en algún rincón de la casa y hacer penitencia.

Después de su Primera Comunión hizo voto de perpetua castidad al que luego juntó los de pobreza y obediencia. Posteriormente, con la orientación de sus directores espirituales comprendió que Dios no la quería en un monasterio.


Armó un espacio cerrado en su casa donde oraba con un horario semanal de penitencias y ayunos, saliendo solo para ir a Iglesia en las mañanas. Así mantuvo una vida de austeridad desde la adolescencia.

Su apostolado estuvo en la oración por el prójimo, sus consejos a los que acudían a ella logrando paz entre los que se peleaban y la conversión de muchos pecadores. Más adelante, por consejo de sus confesores, se hizo terciaria de San Francisco de Asís. Además se consideraba discípula espiritual de Santa Teresa de Ávila y, al mismo tiempo, se sentía hija de la Compañía de Jesús.

Un día le dijo a un sacerdote vanidoso, después de un brillante sermón: “mire padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no a recoger aplausos de este suelo". Así el clérigo dejó de buscar la estimación al predicar.

Una vez que estuvo enferma le sacaron sangre, que fue depositada en una matera en la que floreció una bella azucena.

Por aquel entonces se produjeron terribles terremotos y la Santa ofreció su vida a Dios para que cesen. Al salir del templo empezó a sentirse enferma y ya no se repitieron estas catástrofes que cobraron muchas vidas y destruyeron casas.

Una terrible epidemia también estaba causando la muerte de cientos de personas. Santa Mariana ofreció su vida y sus dolores para que eso se detuviera y desde aquel día ya no murió más gente de ese mal. Por eso el Congreso de Ecuador en 1946 le otorgó el título de “Heroína de la Patria”.

Partió a la Casa del Padre el 26 de mayo de 1645 y a su entierro acudió una gran cantidad de fieles. Fue canonizada por el Papa Pío XII en 1950.
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